Cuando Frank Illing llegó de Alemania, tenía 32 años, y su intención fue estar en Cuenca por un período, pero se quedó de manera definitiva. Al parecer, no imaginaba que fundaría uno de los bares más clásicos de la ciudad.

Economista y marketero, anduvo un tiempo como voluntario en Bolivia, donde aprendió español. Como cooperante técnico del Servicio Alemán, le ofrecieron dos posibilidades de trabajo: en Botsuana o Ecuador. Y aunque no había escuchado nada sobre Cuenca, el destino hizo que llegue hasta esta ciudad, para trabajar en el CIDAP, que en esa época tenía un proyecto de comercialización de artesanías, con gente de Chordeleg, Bulcay, y otros lugares, con productos como las macanas, o la creación de nuevos diseños de paja toquilla, que normalmente solo se usaba para sombreros. Cuando supo que no iban a renovar su contrato, surgió la idea de abrir un bar, y comenzó a buscar un sitio.
El hallazgo fue una casualidad. En el lugar en el que funciona el Wunderbar, vivía la actriz Juana Estrella, quien trabajaba en ese tiempo en una ONG y se conocían por asuntos laborales. Ella se iba a cambiar de casa y a Frank le encantó la amplitud del lugar y el jardín. “Como estudiante, yo frecuentaba los bares, porque en Alemania es muy común que los universitarios pasen su tiempo en estos lugares, un estilo de bar que no hay aquí. Me acuerdo, en la época de los estudios, con un amigo decíamos que íbamos a abrir un bar. En Cuenca, el único bar era el Picadilly y frente a este, una cantina. Esa era toda la vida nocturna de la ciudad. El panorama para un joven soltero en ese momento era triste (risas), muchas veces me iba a Quito porque en Cuenca no había mucho que hacer. Cuando contaba a varios amigos que iba a abrir un bar, muchos me decían en Cuenca no es un buen negocio porque la gente no sale de noche. Y yo decía, claro que no sale porque no hay a donde ir. Abrimos el Wunderbar el 30 de junio del 95, y coincidió en viernes. Pensamos que no iba a llegar gente porque no avisamos a nadie, pero ese día reventó, parecía que todo Cuenca quería entrar. Esa madrugada, salimos a las 4. Poco tiempo después, abrieron otros bares, como El Cafecito. La gente vio que sí valía la pena abrir un bar en Cuenca”, cuenta Frank.

Wunderbar es una palabra alemana que significa “maravilloso”. En este idioma, hay algunas palabras que terminan con “bar”, aunque no tengan nada que ver con un bar en realidad. En el 97, los juegos también llamaron la atención, ampliaron un poco las instalaciones hacia atrás, donde colocaron una mesa de billar. Además se sumó un futbolín alemán. Y, ¿cómo ve Frank la evolución y el momento actual del Wunder? “Nos tocó cambiar la carta, inventarnos cosas, la gente llega con pedidos nuevos, como la cerveza artesanal. Cuando empezamos sólo teníamos cosas para picar, ahora somos un restaurante. Ahora hay una competencia feroz., tenemos que ofrecer cosas nuevas al público”, comenta.
Obviamente, las anécdotas no faltan. Frank recuerda: “Han llegado famosos aquí, el problema es que yo como alemán no les reconocí. En el 96, llegó Alejandro Sanz. Presentaba su concierto y luego fue al bar. Había un montón de gente afuera que no logró entrar. Al año siguiente, el cantante volvió a la ciudad y regresó al Wunder. En una entrevista en radio comentó del bar, le había gustado mucho. En otra oportunidad, nos visitó el comediante Julio Sabala, abríamos los domingos y llegó un domingo justamente”.
¿Habrá Wunder para rato? “Yo quiero mantener el bar el tiempo posible. Tengo muchos recuerdos. No es solo un negocio, conozco cada rincón de este lugar. A veces los fines de semana, paso ahí, pintando, arreglando, es toda una historia. Se siente como parte de uno”, concluye.
A festejar entonces, ¡salud por el Wunder!
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