“Comienzas a caminar y no sabes dónde vas a terminar, eso es lo interesante…”

Acompañado de música, un mate, una buena luz, pinta sus cuadros. Nació en Buenos Aires, en el 58. Desde temprana edad le interesó la pintura, estudió Bellas Artes. Es Ariel Dawi, un pintor que ha viajado por Sudamérica, Europa, que estudió en Estrasburgo y luego en Barcelona. Retornó por una cuestión de añoranza de Argentina y Latinoamérica. Fue entonces a Brasil, donde se abrieron puertas para exponer en el Museo de Arte Moderno de Bahía -un sitio muy importante- tornándose una de sus muestras más relevantes de los años 80. Luego de unos años expuso en Paraguay, Chile, pero llamaba su atención el lado del Pacífico, le habían hablado de Ecuador.
Ariel llegó al país en el año 92, e inmediatamente expuso en la galería de Eudoxia Estrella. “Y me fui quedando de a poco, me cautivó, fue un cambio radical. Fue el punto de partida para poder producir mucho y tener un crecimiento artístico, esta ciudad me permitió concentrarme más. He sido fiel a Cuenca desde hace 26 años. Me conecté mucho con el paisaje, entre otros temas que abordo en mi obra, el paisaje andino. Me interesa esta historia: cielo, montañas, las diferentes arquitecturas que tenemos aquí, en Ecuador hay ciudades riquísimas a nivel de formas”, cuenta Dawi.

Su vena de artista late: su madre, música, y su padre, director de cine. “Mi madre me llevaba a visitar galerías y museos, viendo mi interés por pintar. Encontré una caja de pinturas de mi padre y me puse a investigar. Me gustaba viajar, y en esos viajes los paisajes y la gente me inspiraban”, expresa el artista. Y añade: “En los 80 mi obra era mucho más figurativa, representativa de la figura humana, esto lo fui abandonando, fue una época en la que pinté mucho a la mujer, toqué algo del erotismo, la mujer onírica, de fantasía. Con el tiempo me fui más a paisajes, y en el paisaje también existe una sensualidad, a través de las formas, los colores. También he trabajado la idea del cine, de chico iba a los cineclubs y veía cine de autor. Por ejemplo, la primera película de la que desarrollé una serie de obras fue Fitzcarraldo. Se filmó en la Amazonía, el paisaje está muy involucrado, hice una suerte de casamiento de la película con mi obra. Algo similar con la película El abrazo de la serpiente. He abordado la literatura en mis obras, como El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura, un gran libro que leí y tomé un pequeño fragmento”. También hay obras que son como composiciones, fragmentos, pedazos de cuadros en un gran cuadro, donde el pintor juega con su mundo interior, con el pasado, el presente, lo abstracto.

Dawi se toma su tiempo, observa mucho su obra, la deja descansar, la cambia muchas veces hasta que el cuadro está completo. “Puedo llegar a estresarme con un cuadro, pero me gusta llegar hasta el final. Hay obras que son como rompecabezas, pero tiene que haber todo un diálogo en esa obra, una conexión. Algunas obras tienen un guión previo y otros cuadros sólo una idea vaga, pero te lanzas. Hay una obra mía, es un toro con mucho color, ese toro lo empecé en Argentina, seguí en San Pablo, lo terminé en Cuenca, se vendió y fue a parar en Roma.” “Un toro aventurero?”, preguntamos entre risas, “…sí, iba viajando e iba pintando, y realmente es un cuadro que me gusta mucho, agrega Ariel.
“No quiero pintar lo grotesco, se puede ver la vida de esa forma, pero trato de buscar la sutileza. Dicen que el arte es una terapia, -depurativa muchas veces, tuve un accidente y me fui recuperando, creo que la pintura fue una manera de restablecerme mental y físicamente”, apunta Dawi. El pintor asegura que aún tiene mucho por descubrir. Estudió grabado en madera también y hoy en día la tecnología hace que sea posible imprimir una pintura sobre madera. “Quiero hacer algo mixto, impresión más el trabajo de un bajo relieve en la madera. Comienzas a caminar y no sabes dónde vas a terminar, eso es lo interesante”, concluye.
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